Sus 902 triunfos le sitúan como el sexto entrenador con más victorias en la historia del baloncesto universitario
Bob Knight en un mitin de apoyo a Donald Trump.CHIP SOMODEVILLA | AFP
Bobby Knight, legendario entrenador de baloncesto universitario y técnico de la selección de Estados Unidos que ganó el oro olímpico en Los Ángeles 1984, falleció este miércoles a los 83 años, informó la universidad de Indiana en un comunicado.
Knight logró tres títulos de la NCAA al frente de Indiana (1976, 1981, 1987) y ganó en total 902 partidos juntando sus épocas en Army (1965-1971), Indiana (1972-2000) y Texas Tech (2002-2008), lo que le sitúa como el sexto entrenador con más victorias en la historia del baloncesto universitario.
Cuando se jubiló en 2008, esos 902 triunfos le situaban como el técnico más laureado.
El título de 1976 llegó en una temporada en la que los Hoosiers de Indiana no perdieron ni un solo encuentro (32-0), un impresionante logro que ningún equipo ha alcanzado desde entonces.
También fue campeón como jugador en 1960 con Ohio State.
Además, Knight dirigió desde el banquillo a la selección estadounidense que se coronó con el oro olímpico en Los Ángeles 1984 derrotando en la final a España.
Sus éxitos deportivos fueron acompañados, no obstante, de un colérico, autoritario y volcánico carácter que le llevó a tener incontables polémicas con rivales, árbitros e incluso sus propios jugadores dentro de un a menudo tóxico ambiente en su vestuario.
El suyo ha sido un salto silencioso a la estratosfera, el triunfo de un tipo de baloncesto distinto, casi en desuso, el de los movimientos calculados, el del equilibrio y la calma en sus aproximaciones a canasta. La suya es la historia de una leyenda cocinándose a fuego lento y un sueño cumplido antes de lo previsto. Siete temporadas ha necesitado Shai Gilgeous-Alexander para hacerse con un anillo de campeón de la NBA, elevándose, de paso, a la categoría de inmortal en una franquicia y una ciudad que ahora lo idolatra.
El triunfo de Oklahoma City Thunder sobre Indiana en el séptimo partido es un anhelo que el base canadiense de 26 años tenía desde pequeño. "Es el sueño de todo niño. Pero nunca se sabe realmente si se hará realidad", decía, amparado en el hecho de que sus números no hacían presagiar semejante desenlace. Terminó el instituto situado en el puesto 35 del Top 100 de promesas de ESPN en 2017 y en sus tres primeras temporadas su nombre no sonó con demasiada fuerza en la NBA. En su única temporada de baloncesto universitario, con los Kentucky Wildcats, arrancó desde el banquillo.
Sin embargo, como su baloncesto, la evolución de su carrera ha sido equilibrada y paulatina. Entró en la NBA en el undécimo puesto del draft, seleccionado por los Charlotte Hornets en 2018 antes de ser transferido de inmediato a Los Angeles Clippers, con los que empezó a despuntar. En enero de 2019 anotó 24 puntos contra los Golden State Warriors, dejando claro que había buena materia prima.
Imposible para Durant, Westbrook y Harden
En verano de ese mismo año se produjo el salto que le cambiaría la vida. Fue traspasado a Oklahoma en un potente intercambio de cromos en el que también estaba incluido Danilo Gallinari y que acabó llevando a Paul George a Los Angeles. En su debut anotó otros 24 puntos contra Dallas Mavericks, dando señales de que era el jugador franquicia que estaban buscando los Thunder.
En Oklahoma Gilgeous-Alexander encontró el escenario perfecto para desarrollar su potencial. Su crecimiento estadístico fue notorio. En su primera temporada completa con los Thunder (2020-21) promedió 23,7 puntos, 4,7 rebotes y 5,9 asistencias. Para la temporada 2022-23, estas cifras ya había escalado hasta los 31,4 puntos, 4,8 rebotes y 5,5 asistencias, convirtiéndolo en uno de los anotadores más letales de la liga y finalista para el premio MVP.
Ahora, sus logros hablan por sí solos. Ha sido seleccionado para el All-Star Game en tres ocasiones e incluido en el equipo ideal de la NBA en otras tres. Durante la temporada 2022-23, se convirtió en el primer jugador de los Thunder desde Kevin Durant en anotar más de 30 puntos por partido. Gracias a su figura, la pequeña ciudad del centro sur del país ha logrado culminar lo que el trío formado por Durant, Russell Westbrook y James Harden nunca consiguió.
Gilgeous-Alexander, el domingo, durante el séptimo partido.EFE
Estaba escrito que la vida de Shaivonte Aician Gilgeous-Alexander estaría vinculada al baloncesto. Nacido el 12 de julio de 1998 en Hamilton, Ontario, Canadá, su padre, Vaughn Alexander, de origen caribeño, fue jugador profesional, mientras que su madre, Charmaine Gilgeous, fue una atleta que llegó participar en los Juegos Olímpicos de Barcelona en la prueba de 400 metros lisos, representando a Antigua y Barbuda.
Su travesía hacia el estrellato comenzó en serio cuando se trasladó a Estados Unidos para jugar en el equipo de Hamilton Heights Christian Academy, en Tennessee. Durante su último año de secundaria, promedió 23.8 puntos, 8.7 rebotes y 4.8 asistencias, estableciéndose como uno de los prospectos más codiciados de su clase.
MVP de las Finales
El domingo completó una de las temporadas más condecoradas en la historia de la NBA. Sumó 12 asistencias a sus 29 puntos de 27 lanzamientos y fue nombrado el MVP unánime de las Finales en apenas su segunda carrera de postemporada como piedra angular de la franquicia.
"Esto no es sólo una victoria para mí", declaró a un estadio repleto y eufórico, el Paycom Center de Oklahoma. "Esta es una victoria para mi familia. Es una victoria para mis amigos. Es una victoria para todos los que me apoyaron durante mi infancia. Es una victoria para la afición, la mejor afición del mundo".
El clásico como sueño de resorte y el clásico quizá como clavo en el ataúd. La Navidad trae regalos y trae carbón, las 12 uvas que quizá ya no se coma Joan Peñarroya en el banquillo del Barça, aunque su triunfo se escapó en un lanzamiento final de Chimezie Metu, otro detalle, los que marcan el ser o no ser, los que también ponen en evidencia la endeblez actual de su colectivo. Que volvió a perder o a no saber ganar, pese a que enfrente tampoco el Real Madrid sea la plenitud. Más bien otro equipo en el diván, aunque últimamente le sonrían un poco más las victorias: tres de tres en el duelo ante el eterno rival en lo que va de curso. Y esas valen doble. [73-71: Narración y estadísticas]
El clásico navideño se presentaba con menos luces que antaño, con Madrid y Barça lamiendo sus propias heridas, apartados de las cumbres de la ACB, donde Valencia, Unicaja o Tenerife son ahora los rivales a batir, los reyes de la solidez. Y lejísimos de los grandes en Europa, donde sus miserias se hacen más patentes. Más que para resucitar, era un clásico para no morir, más alivio que euforia.
Porque aunque ahora es Peñarroya del que pende la espada del despido, al que azota la crisis tras 10 derrotas en los últimos 15 partidos (y el billete para la Copa en el aire), hace nada era Chus Mateo el cuestionado en un Madrid irreconocible en la mediocridad y la derrota. La risa por barrios se quedó en Goya, en un desenlace acorde al trayecto de ambos: las cuatro últimas posesiones fueron errores. Nada de brillantez.
Más que un alarde de virtudes propias, el clásico pronto se convirtió en una forma de horadar las debilidades ajenas, las baloncestísticas pero también las mentales. A Chus Mateo no le salió mal la inclusión de Rathan-Mayes, al que ha tenido fuera de rotación últimamente. Un talento ofensivo reconvertido en perro de presa, pura agresividad, que consiguió estorbar lo suficiente a Kevin Punter. Pero fue la entrada después de Mario Hezonja lo que empezó a decantar el encuentro. Tenía que ser precisamente él.
El tipo que marcó el verano, el que parecía azulgrana y luego siguió de blanco. Buena parte de la confección de las plantillas actuales de ambos equipos tiene que ver con el esfuerzo económico que hizo el Madrid por retenerle y lo que se ahorró el Barça al no ficharle y tener que apostar por otros. El croata asestó un triple sobre la bocina y otro justo al comienzo del segundo acto que supusieron el primer aviso local (24-15). Esa iba a ser la tónica, el Madrid en cabeza.
Pero el Barça no sucumbió a las primeras de cambio. Se aprovechó del que sigue siendo el principal punto débil del Madrid actual, el abismo de juego que hay con Andrés Feliz a los mandos (o sin Campazzo en pista, que es lo mismo). En un abrir y cerrar de ojos se vinieron arriba los azulgrana con un 0-10 de parcial y Jabari y Satoransky creciendo, pero de nuevo Hezonja fue el bastión blanco para que la ventaja se mantuviera al descanso (34-31).
Volvió de vestuarios con el colmillo afilado el Madrid y dos jugadas para verlas en bucle. Una extraordinaria sucesión de pases de perímetro culminada por un triple de Campazzo y un contragolpe que el base dejó en bandeja, por debajo de las piernas, para un mate de Deck. Justo ahí de nuevo la máxima (45-36), pero también la lesión del Tortuga. Se apagó la euforia momentánea y de nuevo el Barça se negaba a morir, pese a la errática noche de Punter.
Era como resistir en un precipicio, esa era la sensación. Que al Barça apenas le faltaba un empujón para despeñarse. Metu aportaba la luz y Willy, fallando en defensa y a veces hasta bajo el aro en ataque, la desesperación. Pero sobrevivía porque el Madrid tampoco está para demasiadas fiestas: dos triples consecutivos de Jabari tras un buen puñado de errores blancos igualaron el marcador justo antes de entrar en la recta de meta.
Y ahí, la verdadera cara de dos equipos lejos de su mejor versión. Un triple de Punter, otro de Campazzo, otro de Satoransky y un puñado de tiros libres. Cuando el base checo arrimó al Barça, erraron consecutivamente Campazzo, Parker, Hezonja y, a falta de un par de segundos, Metu el tiro que hubiera dado el triunfo al Barça y quizá algo más de vida al proyecto Peñarroya.
Al Barça se le apagaron las luces en El Pireo, donde el baloncesto coral del Olympiacos acabó con una racha de cinco victorias consecutivas en la Euroliga del conjunto dirigido por Joan Peñarroya, que, pese a la derrota, se mantiene en la parte alta de la clasificación. [Narración y estadísticas (95-74)]
"Han jugado mejor que nosotros en ambos lados de la pista, con más energía en defensa, en ataque y en rebotes. No hemos controlado el rebote en nuestra zona. Hemos jugado el peor partido de la temporada", admitió el técnico azulgrana. "En esta pista, es necesario jugar al 100%. Si no lo haces es imposible competir contra Olympiacos", añadió, en referencia a las facilidades ofrecidas.
El conjunto griego destrozó las virtudes visitantes. Sin acierto desde la línea de 6,75 metros (4 aciertos de 17 intentos) y muy débil bajo los aros -capturó 24 rebotes por los 40 de su rival-, el Barça, fatigado tras los dos últimos desplazamientos en la pista de Unicaja y Anadolu Efes, siempre fue a remolque.
Circulación hipnótica
Y es que en el Pabellón de la Paz y la Amistad, donde el Olympiacos aún no conoce la derrota, brillaron todas sus estrellas. Evan Fournier (19 puntos) dinamitó el partido en el tercer cuarto, Sasha Vezenkov (18 puntos) confirmó su condición de jugador diferencial y Nikola Milutinov (12 puntos y 8 rebotes) impuso su ley en la zona.
El conjunto de Georgios Bartzokas neutralizó con su rocosa defensa las ansias de correr del Barça, al que le costaba frenar a los griegos, que cocían a fuego lento sus canastas con una circulación de balón hipnótica. De nada sirvieron los 18 puntos de Kevin Punter o las ayudas de Chimezie Metu (12 puntos, siete rebotes).
El Barça no se esforzó para maquillar el resultado en los últimos minutos y acabó perdiendo de 21 puntos. De este modo, los azulgrana finalizan particular 'Tourmalet' con dos derrotas -en Málaga y Atenas- y una victoria en Estambul.